¿Por delante o por detrás?

Un viernes noche de caluroso verano Juan se siente libre por primera vez en mucho tiempo. Estoy de Rodríguez, coño, se dice, mientras crea un grupo en WhatsApp con sus dos únicos amigos solteros. “Tíos, ¿qué hacéis? Estoy solo en Madrid y tengo ganas de quemar la noche”.

Casualmente Pedro y Rafa acaban de empezar con las cañas. Responden al poco, tras un leve cruce de miradas de risueña sorpresa: “Estamos en La Ardosa, empezando el lío. Vente”. Joder, el tiempo que hace que no voy por ahí, piensa Juan, mientras escribe con un estoy de suerte en la cabeza: “Lo que tarde en llegar”.

Casi exactamente una hora después, Juan entra exultante en el bar arrebujado de algunos grupos de tíos solos, uno o dos de tías solas y una predominante amalgama de faldas, pantalones y acentos inesperados para estos castizos barrios del centro de Madrid.

“Mira a ese pedazo de rubia”, le espeta Rafa al recién llegado, sin mediar más palabras que un “déjame que te vea, coño, cuánto tiempo” y un exceso de golpes en la espalda, tan necesarios, en cualquier momento memorable de tíos.

Juan sigue solícito la mirada divertida del amigo. Y se ve de frente a una rubia natural de metro ochenta, piel traslúcida, labios de fresa sin pintar y un vestido inocentemente ceñido en unos pechos sin explotar. Pasea su mirada con levedad en el excitante conjunto de arriba y acaba recreándose en la fantasía de unos volantes de tul blanco y el principiar de unas piernas lisas interminables, inmaculadamente coronadas con unas medias claras, color piel melocotón, con botas negras sin tacones.

La niña-guiri le mira con sarcasmo de mujer y se da la vuelta. Juan apenas acierta a pronunciar un “sí que está buena, coño” a sus amigos, ya sintiéndose totalmente integrado en ese ritmo de codazos, miradas reincidentes al grupo de la rubia y preguntas improvisadas entre ellos que no esperan respuesta. Su cerebro ya irremediablemente focalizado en la adivinación de lo que esconden los volantes claros.

Entre caña y caña, en un sitio como La Ardosa, sin más música de fondo que el exceso de personas dejándose llevar por el compás del comer, el beber y un tragar sin masticar, Pedro, Rafa y Juan se integran en la mesa de al lado. Juan se las apaña para situarse junto a las piernas interminables con las que intercambia un frenesí de sonrisas y ligeras caídas de ojos. Y unos excitantes roces de labios contra oreja en un disimulo de hablar.

El pavoneo se alarga varias horas, tras las que un Juan decidido anuncia a Pedro y Rafa que se marcha con la chica.

Al poco de pisar la calle los labios fresa le borran la sonrisa de triunfo. Unas manos de dedos largos y fuertes le aprietan la entrepierna. La rubia-niña se hace mujer en un jadeo de palabras que Juan no acierta a comprender. ¡Qué desperdicio de colegio de niño bien!, pensaría cualquiera. Él ya no da para pensar.

En una interminable sucesión de esquinas llegan al hotel de la rubia. Suben impacientes las escaleras y sin esperar la cama la niña le baja los pantalones. La mujer le come la polla contra la pared. A Juan se le olvida la ilusión del tul y de lo que hay entre las piernas. Está muy cachondo.

De repente la boca-fresa-natural le da una pausa en el placer. Las piernas se están desnudando. Juan apenas se atreve a mirar pero no se puede resistir. Entre las medias melocotón ribeteadas por el volante blanco atisba una polla más dura que la suya. Pero lejos de asustarse, se crece. Por primera vez en la noche quiere tomar la iniciativa. Está abnegado. Coge a la guiri por los hombros y la empotra contra la pared. Ya puestos…, piensa.

Sarah resuelve la postura a su antojo y le dice segura al oído: “Soy donante. No me gusta que me den”.

4 comentarios en “¿Por delante o por detrás?

Deja un comentario