En París no se acaba nunca, de Vila-Matas: «Varias veces emprendí el estudio de la metafísica, pero me interrumpió la felicidad».
Domesticados
En Chesil Beach, de Ian McEwan: «Como siempre, Florence era una experta en ocultar sus sentimientos a su familia. No le suponía un esfuerzo; se limitaba a salir de la habitación, siempre que fuera posible hacerlo sin exteriorizar lo que sentía, y más tarde se alegraba de no haber dicho nada acerbo ni haber herido a sus padres o a su hermana; de lo contrario, la culpa la tendría desvelada toda la noche. A todas horas se recordaba cuánto quería a su familia y se encerraba más eficazmente en el silencio».
Cuidado con lo que temes
En Historia universal de la infamia, El impostor inverosímil Tom Castro, de Jorge Luis Borges: “Era un varón morigerado y decente, con los antiguos apetitos africanos muy corregidos por el uso y abuso del calvinismo. Fuera de las visitas del dios (que describiremos después) era absolutamente normal, sin otra irregularidad que un pudoroso y largo temor que lo demoraba en las bocacalles, recelando del Este, del Oeste, del Sur y del Norte, del violento vehículo que daría fin a sus días.
Orton lo vio un atardecer en una desmantelada esquina de Sydney, creándose decisión para sortear la imaginaria muerte. Al rato largo de mirarlo le ofreció el brazo y atravesaron asombrados los dos la calle inofensiva”.
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Una lucha incansable por la libertad
En Vida y época de Michael K, de J.M. Coetzee: «Todo lo que se movía era tiempo y le llevaba a él en su curso»