Aprender a ser pieza y no ‘puzzle’

Hay siempre en la vida un momento en que uno se siente como un trocito de cartón que han apartado en el lugar de esperar. El de las piezas que hay que analizar. Piezas que para quien las separa sólo son parte de un puzzle que se compone por entretenimiento y sin pensar que cada parte que no encaja es diferente. Tanto que la mayoría ni hablan entre ellas.

Con esa idea de la segregación, hay pedazos que sólo viven para escuchar al otro grupo, el grande. Se esmeran tanto en parecerse a esas piezas que terminan por dar el salto, se integran y ya no se vuelve a saber de ellas. Así funciona esa zona de confort de las coincidencias y las mayorías.

Con la misma idea, aunque con más curiosidad, siempre hay un trocito que se detiene a escuchar a su alrededor. Y para su sorpresa se da cuenta de que algunos de los que están con él se sienten la mar de a gusto en ese retiro de piezas. Dicen algunos de ellos que escogieron la diferencia por rebeldía y por destacar. Sí, hay quien piensa que hizo un gran acto de valentía al salir por propia voluntad de la masa, sin ser conscientes de que han terminado cayendo en otro montón de piezas iguales. Ahora se hacen llamar hipsters. Hace años habrían caído en el montón del hippie o quién sabe cuál. Antes de la globalización había más tribus.

El trocito que escucha se siente realmente solo. No es ni del montón grande ni del pequeño. Saltar no le emociona. Y por no tener con quién compartir opinión empieza a mirarse demasiado el ombligo. Es siempre un ombligo que busca cobijo en alguna parte más grande que él mismo. No hay ninguna pieza, por fuerte que sea, que pueda vivir aislada.

Pasado un tiempo empieza a hablar con otro trocito que estaba en su montón desde siempre. Parece que encajan. Ahora se siente menos solo. Tiene menos miedos. Ha encontrado un compañero.

A fuerza de estar con su pieza se siente ya especial. Desde fuera, un observador fino diría que se le ve como esos pedazos de un jarrón roto que se juntan con pegamento cuando el daño no es muy grande. Un artículo de decoración sólido a la vista, aunque con muchas grietas por dentro. Pero a quién le importan las grietas de un pedacito de puzzle que ni siquiera encajaba con el resto. A estas alturas tampoco a él.

Ahora se sabe parte de algo. Y se siente feliz. No le pidas que repare en las renuncias que hace y hará por conservar ese algo. No le digas que tampoco la piedad dura, como bien nos demostró el protagonista de La impaciencia del corazón, de Stefan Sweig -ni cuando es una piedad aplicada a uno mismo, como es el caso-. No le hables de las piezas que todavía no ha encontrado y son como ella. No le pidas más paciencia. No le digas, no le hables… No ahora.

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