De pie, en la habitación de Julia, Laura escruta en silencio las fotografías cuidadosamente colocadas sobre un velador situado en un rincón.
Mira lo que parece una pareja de recién casados. La novia no va vestida de novia, pero lleva prendido en el pelo un ramillete de pequeñísimas flores blancas. Él luce un traje oscuro muy elegante, con un clavel en la solapa. “Rezuman tanta felicidad, y están tan jóvenes y sonrientes, que sólo pueden ser una pareja de recién casados”, concluye Laura.
Hay también imágenes de ellos en Roma, en París, en Lisboa… Esto debe ser Milán. Sí, parece la ópera de Milán. “Por los edificios no pasan los años, ¿verdad, Julia?”, verbaliza Laura en alto. Sin mirarla.
Julia canturrea una canción a poca distancia.
Entre la sucesión de viajes van figurando otras personas. Aquí un bebé. El primero. “¿Es un niño? Sí, es un niño. Míralo aquí con sus pantaloncitos cortos”, se responde Laura. De seguido otro bebé. Éste primorosamente ataviado con lacitos en la ropa.
Hay también muchos mayores con los niños. Y con los niños no tan niños en lo que parece la casa familiar. Una casa grande. Hay tartas de cumpleaños. Hay árboles de Navidad. Y mucho cava. Y juguetes esparcidos. Y luego hay también vacaciones en la playa. Y chapoteos en el río. Y hay muchos besos. Y risas.
“Ah, mira aquí la niña qué rubia, ya mayor. Y el niño tan moreno. No parecen hermanos. Qué guapos estáis aquí los cuatro. Bueno, es un decir. Tu marido muy guapo no era. Pero tú, ya a todo color… Los mismos ojos azules, el mismo pelo claro, el hoyuelo en la barbilla. No es muy común que las mujeres tengan ese rasgo, es más bien masculino. ¿No crees, Julia?”.
Julia sigue en su canción.
“Y en estas dos los niños graduándose. Primero él, con vosotros tan elegantes. Luego ella, contigo y la mujer mayor que aparece en otras fotos. ¿La abuela? ¿Tu madre?”, pregunta ya dirigiendo con soltura la vista a la persona sentada en la butaca con una manta sobre las piernas.
Sin esperar respuesta, Laura insiste en su escrutinio, y en la verbalización de sus pensamientos. “Estos deben ser tus nietos, los de tu hija. Y este el de tu hijo. Ah, mira, aquí sí estás con todos ellos”, dice, tropezando de nuevo en la retahíla de Julia.
Interrumpe la investigación otra enfermera, molesta por el descuido de Laura en su primer día de trabajo. “Hay otros pacientes más importantes a los que atender. Tienen visitas, y muy exigentes”, le advierte.
Por la noche, ya en el silencio de la residencia, Laura entra en la habitación de Julia cargada de nombres recuperados en conversaciones con sus compañeras. Y los va hilvanando con paciencia sobre las imágenes enmarcadas: Julia y Jorge, recién casados, apunta el primer título. Julia y Jorge en Roma. Julia y Jorge en París. Julia y Jorge en Lisboa. Julia y Jorge en Milán. Julia y Jorge con Rubén, su primer hijo. Julia, Jorge y Rubén con Ana, la niña. Julia y Rubén, con Alejandra, la abuela. Julia con Ana, Mario y Lucas, los primeros nietos. Julia con Rubén y Marcos, el último nieto.
“Para que no te olvides”, susurra Laura.
Julia insiste en su silencio. Ahora duerme.