Nariz de payaso

Enero de 2018, un domingo cualquiera

¿Qué demonios?, se dijo María al encender el televisor. Era la primera vez que se asomaba al mundo tras las vacaciones de diez días dedicados a escribir y leer. A ratos necesita conectarse con el mundo y está acostumbrada a las sorpresas. Pero ¿esto?

En la pantalla de plasma aparecía la presentadora de siempre, con una enorme nariz de payaso. Por un momento pensó que se había equivocado de programa. Pero no, estaba viendo las noticias.

Dio al botón del mando y la siguiente cadena le arrojó otras noticias, otro presentador y otra gigantesca y roja napia de payaso.

Una hora más tarde había agotado todos los canales y todas las posibilidades. Sin éxito. Todos le mostraban sin inmutarse personas luciendo esas estúpidas trompas.

Como siempre que no comprende el mundo pensó que estaba alucinando. Tanta literatura me está afectando al raciocinio. Mejor me voy a dormir.

Lunes 

María se levanta. Desayuna y coge el coche. En el trayecto escucha la emisora de costumbre. Buena música y críticas divertidas. Como siempre.

Entra en la redacción con el buen rollito del trayecto sonoro, abre la puerta con una sonrisa, y todos sus compañeros la saludan. ¿Qué tal las vacaciones? No alcanza a responder. Frunce el ceño y se marcha directa al lavabo. Se mira al espejo. No, yo sigo igual. ¿Qué cojones está pasando?

Se parapeta en el ordenador y mira el correo. Más de mil mensajes que lanza directamente a la basura, tras una rápida selección de los cinco que realmente importan.

Revisa la agenda y recuerda que hoy tiene una entrevista con el rector de la Universidad del Emprendedor. La única que en los últimos años se permite el lujo de escoger a los alumnos. Tal es la avalancha de solicitudes.

En el edificio de los que dirigen el cotarro de ese mausoleo de la sabiduría le recibe el mandamás, con una abierta sonrisa de triunfador coronada por… ¡la innombrable bola roja!

Se centra como puede en las preguntas y las respuestas de rigor de los últimos años. Si no emprendes eres un fracasado. Estamos en un mundo de valientes, de líderes, de personas que crean contra la adversidad, bla, bla, bla.

Hundida y sin rechistar, vuelve a la redacción dispuesta a buscar una respuesta a esta pesadilla infame que se alarga ya tantas horas. Se siente atrapada dentro del goyesco cuadro Saturno devorando a sus hijos. Y se niega a ser devorada.

Busca en la pantalla del ordenador un respiro para indagar y pensar. Ahí siempre están las respuestas, se dice. Entra en La nación. En portada Ángela Merkel pidiendo a España más recortes, más flexibilidad laboral, más emprendedores… mostrando ostentosamente la nariz roja más grande que uno pudiera imaginar.

Para reconstituirse busca la sección de cultura. ¡Mierda! Economía, Internacional… ¡Peor!

En la pestaña de Madrid se detiene en un pie de foto: Los alumnos del instituto Cervantes durante los nuevos planes de estudios que han conseguido devolver la atención y la ilusión a los estudiantes. Ahora atienden al profesor, le miran y hasta le responden cuando pregunta.

Busca ilusionada la imagen y ante la nueva afrenta ya explota. Entra al despacho del director. Sin mirarle a la cara por evitar la bola roja y el sonrojo propio y la inseguridad y los miedos al saberse fuera del resto del nuevo mundo le dice con la escasa convicción que le queda: voy a hacer el artículo de la Universidad del Emprendedor sin firmar.

Siente en el cogote la mirada de toda la redacción. El jefe le pide que explique su decisión. Ella no atina a responder por qué siente que todo está mal, que esto no es bueno, que echa de menos otros tiempos, cuando había filosofía en los planes de estudio en lugar de memes, que así no se puede, que ya se ha hartado de escribir solo sin tilde cuando se refiere a un adverbio, por no hablar de las cocreta como animal de compañía, que los vídeos de dos minutos no pueden sustituir a un libro, que un bufón no puede ser rector, que un jefe…

Por apartar la asfixia de la reflexión le suelta a bocajarro: ¿Cuándo se jodió el mundo?

Sin esperar respuesta sale de la redacción directa al chino más cercano en busca de un buen par de narices.

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