¿Quién no tiene unos vecinos con los que comparte ventanas con ropa interior entre cuerdas, ladridos de perro -el suyo- y música entre paredes -la mía-?
Entre mis muchos vecinos hay un matrimonio relativamente joven y relativamente atractivo. De esos que entre conversaciones insípidas siempre decimos que “se conservan bien”.
Mis vecinos “atractivos” tienen una hija a la que yo, inconscientemente y por una persona de mi adolescencia a la que apodaron otros -yo entonces no apodaba a nadie-, he convenido en llamar culo pato.
Mi culo pato vecina es rubia, de pelo liso, dientes salidos y una plataforma plana y ancha que sobresale de forma espantosa entre dos piernas flacas. Ni la reciente maternidad sorprendentemente temprana como para hacer abuelos a mis pijos y atractivos vecinos ha cambiado eso.
Sí, los sonidos compartidos. En diecisiete años de ventana contra ventana me han sucedido las riñas a la niña que reclama su derecho a ser niña. Las riñas a la adolescente educada que no estudia lo suficiente. Y ahora el llanto de los gemelos que no sabemos a quién salieron -todavía van sobre cuatro ruedas-. También desconozco si son niños, niñas o niña y niño.
Mis vecinos nunca me han hablado. Y por imitación yo tampoco a ellos. Somos de esos conocidos que se observan tras la mirilla. Más por evitar coincidir en el ascensor y la falta de conversación que por la curiosidad por la vida del otro.
Reflexionando sobre este suceder de su vida he pensado en cómo perciben ellos la mía. Antes un matrimonio sin ruidos. Salvo en la cama. Ahora una vida sin ruidos. Salvo en la cama. Aunque esta cama ahora es más pausada y más diversa. Y en algún milagro más gritona.
Mi casa la mayor parte del tiempo es silenciosa. Escribir no hace ruido, no molesta, no incordia. Las cosas que escribo se quedan en ese mundo privado que es un echarse pa alante sin reservas ante la certeza de que siempre te queda la tecla de borrar. Y hacer como que no te ha sucedido todo eso que te sucede cuando escribes y te lees.
Pero siempre entre tantos ratos de escribir y leer hay un ruido de tripas. Y en ese silencio es imposible ignorarlas. A veces acompaño ese momento de cuidar las tripas con música, mientras cocino. Y si ha entrado la primavera abro las ventanas de par en par y canto.
Aunque tú no lo sepas,
me he inventado tu nombre
me drogué con promesas
y he dormido en los coches
Otra.
De alguna manera tendré que olvidarte
fumo en la ventana
de los días grises
Otra
Lo escribes y lo rompes
no sabes ni por donde empezar
Otra, de otro
Y no me eches de menos
que el recuerdo es un veneno
yo vivo en la soledad con tanta gente que me da miedo
Otra
Sol
tu sexo que me da calor
Otra
estuve cerca del sexo en rutina,
estuve cerca de pecar con Dios,
luego hice el amor por las esquinas
y ahora mi vida es una canción.
Otra
Y añoro la complicidad del coche
buscando aparcamiento como quien buscaba aliento
y todos los semáforos en rojo eran puntos de derroche
Otra
Yo
que vivo en un infierno de
palabras contra la pared
Interrumpe los jirones de poesía un ruido seco de ventanas que se cierran tras un quejido femenino: ¡Calla, apaga eso!
Intuyo que culo pato y su marido se han llevado a los nietos. La comida está lista. Escojo una película para la siesta.